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Una de las cuestiones que más cuesta transmitir cuando le contagiamos el peronismo a alguien es el sentido de la conducción, especialmente a quiénes tienen una relación entre iluminista y romántica entre el mundo de las ideas y el mundo de la acción. Entre la biblioteca y el barro (de la historia).

Tal vez una forma de ayudar a adquirir el sentido de la conducción, con sus ventajas y sus límites, sea está arenga de Jack Sparrow en Piratas del Caribe al políticamente ingenuo Will Turner:
«¡Y ahora, mientras estas ahí colgando, presta atención! La única regla que realmente importa es esta: lo que un hombre puede hacer y lo que no puede hacer. Por ejemplo: Tú puedes aceptar que tu padre era un pirata y un buen hombre, o no aceptarlo, pero tú tienes sangre pirata, hijo, y algún día tendrás que asumirlo. Por ejemplo: podría dejar que te ahogaras, pero no puedo llevar este barco a Tortuga yo solito, ¿comprendes? Así que… ¿Eres capaz de navegar bajo las órdenes de un pirata? ¿O no

Para contestarse estas preguntas hay que saber a dónde quiere uno navegar y asumir las ambigüedades y zonas grises que constituyen el barro de la historia. O fantasear la coherencia narrativa y la estilización infantil de los personajes. ¿Somos capaces de navegar bajo las órdenes de un pirata?

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El peronismo también es el negocio de un ensayismo nacional ladri que recicla el sarmientino «¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte…». Usan al peronismo para seguir escribiendo sobre el siglo XIX. El peronismo como último tema romántico para escribir desde el romanticismo un tanto apoliyado.

En esa apertura clásica de Sarmiento,  donde dice «Facundo» pongan «peronismo» y ya tienen un ensayito piola: «¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto: ¡revélanoslo! Diez años aún después de tu trágica muerte, el hombre de las ciudades y el gaucho de los llanos argentinos, al tomar diversos senderos en el desierto, decían: «¡No, no ha muerto! ¡Vive aún! ¡El vendrá!» ¡Cierto! Facundo no ha muerto; está vivo en las tradiciones populares, en la política y revoluciones argentinas(…)».

Un groso Sarmiento, le resolvió la vida a muchos que nada tienen que investigar,  solo usar su fórmula y repetir el tono. Quedaría: «¡Sombra terrible de Perón , voy a evocarte (…) Tú posees el secreto: ¡revélanoslo!». Y lo mismo funciona con el fragmento sobre la extensión espacial como mal, como enfermedad o patología que aqueja al país. La sustitución nos deja un con: «El mal que aqueja a la República Argentina es el peronismo, la rodea por todas partes y se le insinúa en las entrañas».

Con esas dos frases del Facundo de Sarmiento hoy te convertis en Sebreli,  diría Mascherano.

Ya en 1963 Carl Schmitt advertía que sus planteos habían sido transformados «en un slogan primitivo,  una denominada ‘teoría de amigo y enemigo’ conocida sólo de oídas y endosado siempre al partido contrario». Esto lo vivimos a diario en nuestros debates de sordos. Por eso aprovecho que releí El concepto de lo político (de 1932) para compartir lo que para mi es el núcleo fuerte de su planteo, muy jodido de procesar en una democracia dónde los bandos hacen uso y abuso de ese «slogan primitivo».
Dice Schmitt: «los conceptos de amigo,  enemigo y lucha adquieren su sentido real por el hecho de que están y se mantienen en conexión con la posibilidad real de matar físicamente. La guerra procede de la enemistad,  ya que ésta es una negación óntica de un ser distinto. La guerra no es sino la realización extrema de la enemistad».
Lo esencial es que definir al enemigo implica aceptar la posibilidad de la guerra,  «la posibilidad real de matar físicamente». Lo cual, desgraciadamente, es típico de la política internacional pero es problemático cuando se lo traslada a la política interior de un Estado. De ahí viene la sintonia antidemocrática con el fascismo. Porque Schmitt piensa dentro del Estado en dos polos: la pacificación de la unidad o la política de partidos que tiende al grado máximo de lucha que es la guerra civil. Es lo que esboza cuando afirma «la ecuación política = política de partido se hace posible cuando empieza a perder fuerza la idea de una unidad política (del Estado) capaz de relativizar a todos los partidos que operan en la política interior,  con sus correspondientes rivalidades».
Obviamente está interpretación se queda corta respecto de la obra de Schmitt pero espero que les sirva para pensar y los provoque a leer el libro y sacar sus propias conclusiones.

Fragmento de la INTRODUCCION DE F. ENGELS A LA EDICION DE 1895 de LAS LUCHAS DE CLASES EN FRANCIA DE 1848 A 1850
…Hace casi exactamente 1.600 años, actuaba también en el Imperio romano un peligroso partido de la subversión. Este partido minaba la religión y todos los fundamentos del Estado; negaba de plano que la voluntad del emperador fuese la suprema ley; era un partido sin patria, internacional, que se extendía por todo el territorio del Imperio, desde la Galia hasta Asia y traspasaba las fronteras imperiales. Llevaba muchos años haciendo un trabajo de zapa, subterráneamente, ocultamente, pero hacía bastante tiempo que se consideraba ya con la suficiente fuerza para salir a la luz del día. Este partido de la revuelta, que se conocía por el nombre de los cristianos, tenía también una fuerte representación en el ejército; legiones enteras eran cristianas. Cuando se los enviaba a los sacrificios rituales de la iglesia nacional pagana, para hacer allí los honores, estos soldados de la subversión llevaban su atrevimiento hasta el punto de ostentar en el casco distintivos especiales —cruces— en señal de protesta. Hasta las mismas penas cuartelarias de sus superiores eran inútiles. El emperador Diocleciano no podía seguir contemplando cómo se minaba el orden, la obediencia y la disciplina dentro de su ejército. Intervino enérgicamente, porque todavía era tiempo de hacerlo. Dictó una ley contra los socialistas, digo, contra los cristianos. Fueron prohibidos los mítines de los revoltosos, clausurados e incluso derruidos sus locales, prohibidos los distintivos cristianos —las cruces—, como en Sajonia los pañuelos rojos. Los cristianos fueron incapacitados para desempeñar cargos públicos, no podían ser siquiera cabos. Como por aquel entonces no se disponía aún de jueces tan bien amaestrados respecto a la «consideración de la persona» como los que presupone el proyecto de ley antisubversiva de Herr von Koller [20], lo que se hizo fue prohibir sin más rodeos a los cristianos que pudiesen reclamar sus derechos ante los tribunales. También esta ley de excepción fue estéril. Los cristianos, burlándose de ella, la arrancaban de los muros y hasta se dice que le quemaron al emperador su palacio, en Nicomedia, hallándose él dentro. Entonces, éste se vengó con la gran persecución de cristianos del año 303 de nuestra era. Fue la última de su género. Y dio tan buen resultado, que diecisiete años después el ejército estaba compuesto predominantemente por cristianos, y el siguiente autócrata del Imperio romano, Constantino, al que los curas llaman el Grande, proclamó el cristianismo religión del Estado.
F. Engels
Londres, 6 de marzo de 1895

Para visualizar la magia del populismo ver el video desde 0:41:32.

Imperdible el diálogo entre Talleyrand y Ney.

Un día napoleónico

4 septiembre, 2013

Hoy la clase sobre revolución francesa se me escapaba hacia el Emperador. El populismo y el bonapartismo se imponen por sobre la retórica racionalista de los revolucionarios.
En estos días donde el garrochismo atrae las reflexiones socarronas sobre el peronismo es útil recordar los garrochismos franceses de la primer restauración y de los Cien Días. No hablemos de Vichy o la Liberación. El garrochismo es más frances que peronista.
La imagen par excellance: el abrazo con su antiguo Mariscal Ney y el garrochismo de todo el Quinto Regimiento al grito de ¡Vive le Empereur!
Cuantos enviados a la represión seguirán su ejemplo garrocheador?

Los Cien Días (Wikipedia):

El Congreso de Viena (18141815) dispuso el nuevo orden en la Europa post-napoleónica. En Francia, los realistas instalaron en el poder a Luis XVIII. María Luisa y su hijo quedaron bajo la custodia del padre de ésta, el emperador Francisco I, y Napoleón no volvió a verlos nunca. Consciente de los deseos de los ingleses de desterrarlo a una isla remota en el atlántico y del rechazo del pueblo francés a la restauración borbónica, escapó de Elba en febrero de 1815 y desembarcó en Antibes el 1 de marzo desde donde se preparó para retomar Francia.

El rey Luis XVIII envió al Quinto Regimiento de Línea, comandado por el Mariscal Michel Ney, que había servido anteriormente a Napoleón en Rusia. Al encontrárselo en Grenoble, Napoleón se acercó solo al regimiento, se apeó de su caballo y, cuando él estaba en la línea de fuego del capitán Randon, gritó «Soldados del Quinto, ustedes me reconocen. Si algún hombre quiere disparar sobre su emperador, puede hacerlo ahora». Tras un breve silencio, los soldados gritaron «¡Vive l’Empereur!» y marcharon junto con Napoleón a París. Llegó el 20 de marzo, sin disparar ni un solo proyectil y aclamado por el pueblo, levantando un ejército regular de 140.000 hombres y una fuerza voluntaria que rápidamente ascendió a alrededor de 200.000 soldados. Era el comienzo de los Cien Días.

«Debemos recordar tres mandamientos: desconfiar de la burguesía, supervisar a nuestros propios dirigentes, y depender de nuestras propias fuerzas revolucionarias.» Palabras de Trotsky en el Soviet de Petrogrado en 1917.

«Todo proletario conoce huelgas, conoce «compromisos» con los opresores y explotadores odiados, después de los cuales, los obreros han tenido que volver al trabajo sin haber obtenido nada o contentándose con una satisfacción parcial de sus demandas. Todo proletario, gracias al ambiente de lucha de masas y de acentuada agudización de los antagonismos de clase en que vive, observa la diferencia que hay entre un compromiso impuesto por condiciones objetivas (los huelguistas no tienen dinero en su caja, ni cuentan con apoyo alguno, padecen hambre, están agotados indeciblemente) — compromiso que en nada disminuye la abnegación revolucionaria ni el ardor para continuar la lucha de los obreros que lo han contraído — y por otro lado un compromiso de traidores que achacan a causas objetivas su vil egoísmo (¡los rompehuelgas también contraen «compromisos»!), su cobardía, su deseo de servir a los capitalistas, su falta de firmeza ante las amenazas, a veces ante las exhortaciones, a veces ante las limosnas o los halagos de los capitalistas (estos compromisos de traidores son numerosísimos, particularmente en la historia del movimiento obrero inglés por parte de los jefes de las tradeuniones, pero, en una u otra forma, casi todos los obreros de todos los países han podido observar fenómenos análogos).

Evidentemente, se dan casos aislados extraordinariamente difíciles y complejos, en que sólo mediante los más grandes esfuerzos cabe determinar exactamente el verdadero carácter de tal o cual «compromiso», del mismo modo que hay casos de homicidio en que no es fácil decidir si éste era absolutamente justo, e incluso obligatorio (como, por ejemplo, en caso de legítima defensa) o bien efecto de un descuido imperdonable o incluso el resultado de un plan perverso. Es indudable que en política, donde se trata a veces de relaciones nacionales e internacionales muy complejas entre las clases y los partidos, se hallarán numerosos casos mucho más difíciles que la cuestión de saber si un «compromiso» contraído con ocasión de una huelga es legítimo, o si es más bien la obra traidora de un rompehuelgas, de un jefe traidor, etc.

Preparar una receta o una regla general (¡»ningún compromiso»!) para todos los casos, es absurdo. Es preciso contar con la propia cabeza para saber orientarse en cada caso particular. La importancia de poseer una organización de partido y jefes dignos de este nombre, consiste precisamente, entre otras cosas, en llegar por medio de un trabajo prolongado, tenaz, múltiple y variado, de todos los representantes de la clase capaces de pensar, a elaborar los conocimientos necesarios, la experiencia necesaria y además de los conocimientos y la experiencia, el sentido político preciso para resolver pronto y bien las cuestiones políticas complejas».

Educando a Violencia Rivas…

23 septiembre, 2010

«…lo único que quiero decirles es que aca les llenan la cabeza de caca para que no piensen por si mismos… Abajo la educación! Anarquía!» Violencia Rivas

Fragmento de El profeta armado, de Isaac Deutscher

La observación de Maquiavelo en el sentido de que “todos los profetas armados han vencido y los desarmados han sido destruidos”, es en verdad una observación realista. Lo que puede ponerse en duda es que la distinción entre el profeta armado y el desarmado, y la diferencia entre vencer y ser destruido, sean siempre tan claras como le pa­recían al autor de El Príncipe. En las páginas que siguientes, vemos primero a Trotsky venciendo sin armas en la revolución más grande de nuestra era. Después lo vemos armado, victorioso, y agobiado bajo el peso de su armadura: el capítulo que lo presenta en la cúspide misma del poder lleva el título de «Derrota en la Victoria».Y cuando a continuación contemplemos al Profeta Desarmado, se nos planteará la interrogante de sí no hubo un poderoso elemento de victoria en su derrota.

http://www.kaosenlared.net/noticia.php?id_noticia=50550